Varios

“La naturaleza es el arte de Dios.”
Sir Thomas Browne, médico del siglo XVII.

El sentido de la estética es uno de los muchos atributos que distinguen al hombre de los animales.
La capacidad de apreciar la belleza aviva nuestras emociones y enriquece nuestra vida.
No sorprende que el reconocimiento de la belleza natural, y el deseo de emularla, sea algo común a todas las culturas.

Sin ninguna duda, los jardines tienen un poderoso atractivo para todo tipo de personas.

Podríamos empezar por aprender a fijarnos en los cuatro elementos básicos de la belleza.


Las formas y los motivos. Vivimos en un mundo lleno de formas. Algunas son lineales, como las cañas de un bosque de bambúes, otras son geométricas, como una tela de araña, y también las hay que no son definidas, como las nubes, cuyo aspecto varía constantemente. Hay muchas formas atractivas: una orquídea exótica, las espirales de un caracol o hasta las ramas de un árbol que ha perdido las hojas.
Cuando una misma forma se repite, obtenemos un motivo, que también puede resultar atractivo a la vista. Por ejemplo, imagínese un grupo de árboles de un bosque. Sus formas —todas ellas distintas y, no obstante, similares— crean un agradable arreglo. Pero para percibir tanto las formas como el motivo que estas crean, tiene que haber luz.
La luz. La distribución de la luz confiere una cualidad especial a las formas que encontramos atractivas. Se realzan los detalles, la textura toma color y se crea un ambiente. La luz varía según la hora del día, la estación del año, el clima y hasta el lugar donde vivamos. Un día nublado con su luz difuminada es ideal para apreciar las tonalidades tenues de las flores silvestres o las hojas otoñales, mientras que la espectacular silueta de los peñascos y los picos de una cordillera luce más cuando aparece esculpida por el sol naciente o poniente. La suave luz solar que caracteriza los inviernos del hemisferio norte añade encanto a un paisaje campestre. Por otro lado, el sol brillante de los trópicos convierte las aguas someras del mar en un paraíso transparente para los aficionados al buceo.
El color. Da vida a los diferentes objetos que vemos a nuestro alrededor. Aunque la forma los distingue, su color realza su singularidad. Además, la distribución del color en arreglos armoniosos crea su propia belleza. El color que capte nuestra atención puede ser brillante y llamativo, como el rojo o el naranja, o quizás relajante, como el azul o el verde.
Imagínese una masa de flores amarillas en un claro de un bosque. Bañadas por el sol de la mañana, parecen resplandecer en contraste con los oscuros troncos de los árboles que, orlados de luz, forman un perfecto telón de fondo. Ya tenemos un cuadro. Solo hace falta “enmarcarlo”, y ahí es donde interviene la composición.
La composición. La manera de estar dispuestos los tres elementos básicos —la forma, la luz y el color— determina la composición. Es en la composición donde nosotros, como observadores, desempeñamos un papel importante. Con solo movernos un poco hacia adelante, hacia atrás, para un lado, hacia arriba o hacia abajo, podemos ajustar los elementos o la iluminación del cuadro que nos forjamos, podemos encuadrar la escena de modo que solo abarque los elementos que deseamos.

                    Continuará.

Sergio Raimundo, NOBLETIERRA


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¿Busca usted la calma de un hermoso jardín cuando desea huir del ruido y el ritmo de vida ajetreado?

¡Qué efecto tan relajante, reconfortante, sosegador y hasta terapéutico tienen los jardines! ¿No es cierto?

Se ha observado que cuando las personas están en contacto con la naturaleza, aunque solo sea viendo flores, árboles, arbustos y pájaros a través de una ventana, su salud mejora.
Además, la persona con inclinaciones espirituales se siente más cerca de Dios cuando se encuentra rodeada de Su creación.


Según el Dr Willam Bird, "Cada vez existen más evidencias acerca de que el simple contacto con la naturaleza mejora tanto la salud física como la mental”.

Los estímulos sensoriales externos generan salud cuando son sanos, positivos,
revitalizadores y agradables.
Un buen jardín debe tener estímulos visuales, olfativos, auditivos, gustativos y táctiles agradables y naturales. Estos estímulos armonizan emociones y sentimientos, sirven para combatir el estrés y mejorar nuestra calidad de vida. Refuerzan el deseo de vivir. Nos vigorizan y reaniman, nos distienden y sosiegan, nos ayudan a pensar, meditar y encontrar paz. Nos acercan a Dios.

En NOBLETIERRA diseñamos y construimos una burbuja de relax personal en su jardín o balcón. Un verdadero cable a tierra.
NOBLETIERRA
Jardinería - Paisajismo - Plantas -
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